Esta semana fui a tomar un café con un compañero de profesión en cuyo instituto estaban pensando introducir la tecnología en las aulas y estaba preocupado por la elección del mejor dispositivo posible según su funcionalidad para educación dentro de las aulas.
Y tal vez esa, sea una decisión importante y por la que podríamos discutir largo y tendido. Pero no es lo más importante, lo importante de verdad es saber para qué queremos introducir la tecnología en las aulas. ¿Para ser modernos? o ¿Existe un proyecto de cambio profundo metodológico?
Y es que muchos creen que el simple hecho de introducir la tecnología en el aula va a producir un cambio en el profesor y sus clases van a cambiar. Nada más lejos de la realidad, los profesores vivimos en una zona de confort, llevamos años explicando y utilizando una serie de recursos que nos funcionan a la perfección. Y la gran mayoría de veces hablando con más compañeros las respuestas ante el cambio siempre son las mismas:
A mi siempre me han funcionado las clases así, no necesito cambiar.
Los alumnos de hoy en día son cada vez peores, cada vez hay peores estudiantes.
¿Y si el problema estuviera en el desfase temporal existente entre la sociedad actual y la forma de dar clase? Y es que la sociedad ha cambiado mucho mientras en la gran mayoría de centros educativos en España siguen enseñando como en el siglo pasado…
¿Cómo queremos preparar a nuestros futuros ciudadanos para el día de mañana si los educamos como hace un siglo?
Es en este momento donde la gran mayoría de centros escolares se preguntan sobre la introducción de la tecnología en las aulas, ¿portátiles, ordenadores de mesa, tablets android o iPads, chromebooks? Y es aquí donde el enfoque del problema es erróneo. Si bien es cierto que en el último siglo lo que más avanzado es la tecnología, creo que no debemos enfocar el problema en modernizar las aulas, si no en descubrir como esa tecnología ha cambiado la forma de ver el mundo en nuestros alumnos.
Ellos son nativos de esa tecnología, la saben utilizar, la dominan y la manejan con un facilidad espasmosa. ¿Quién no ha visto a un niño de 3 años manejar un iPad? Pero realmente están educados en la utilización de la tecnología, y la respuesta es clara, un elevado número de alumnos no.
Relacionan directamente la tecnología con el ocio, cuando dicha tecnología el día de mañana significará una potente herramienta de trabajo.
Pero si enfocamos al profesor, el problema sigue latente. Si un centro educativo introduce la tecnología como herramienta del cambio en su profesorado se encontrará con una respuesta “inesperada”. Un gran número de docentes adaptará esa herramienta a su forma habitual de dar las clases, entonces sustituirá el libro por la tecnología elegida por el centro. Algún profesor más inquieto que el resto empezará a realizar pruebas en sus clases y a investigar cómo puedo utilizar esta tecnología en mi asignatura. Dicho profesor verá como sus alumnos se motivan, por contra partida los docentes que decidan simplemente realizar una sustitución verán como dicha herramienta entorpece sus clases, con alumnos más despistados y menos concentrados, y con menos ganas de trabajar.
Visto así la introducción de la tecnología supondría en el centro educativo un rechazo por la gran mayoría de docentes, una distracción para la gran mayoría de alumnos y una cara modernización de un centro que no logrará ver los resultados.
Ahora vayamos a enfocar la misma situación desde otro punto de vista.
En este caso nos encontramos con otro centro que quiere abogar por el cambio y la modernización. Pero bien asesorados abogan primero por inquietar a los profesores con la formación en las nuevas metodologías emergentes. Las reacciones de los profesores son diversas, pero una de las más comunes es:
Todo esto está muy bien, pero es que en mi centro educativo no es posible porque los alumnos tienen libros y no tenemos dispositivos para que puedan trabajar así.
Y ya han creado la necesidad en el profesorado de introducir la tecnología en el aula. Como veis el problema es el mismo, aunque la forma de enfocarlo es completamente distinta y los resultados finales muy opuestos.
Aún así este solo es el primer paso del inicio de un cambio que conllevará mucho trabajo, esfuerzo, adaptación y que deberá ser persistente en el tiempo para poder al final ver un cambio real tanto en los docentes como en los resultados del aprendizaje significativo entre los alumnos.
Yo abogo por la introducción de la tecnología en las aulas, en otra entrada ya discutiremos cuál es la más adecuada bajo mi punto de vista, pero a partir de una necesidad por el cambio metodológico no para modernizar un centro.
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